Vía Atlixcáyotl: cuando la movilidad se diseña para excluir
- Andrea Ortiz Montes de Oca

- 15 jul
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 jul

La Vía Atlixcáyotl, una de las arterias más transitadas de Puebla, ha sido intervenida bajo la promesa de mejorar la movilidad. Pero lo que se ha ejecutado es una modernización excluyente: se priorizó el flujo vehicular motorizado, se eliminaron los nueve cruces peatonales a nivel del suelo, se retiraron todos los semáforos y se rehabilitó un Parque Lineal con una ciclovía central que no cumple con los estándares de conectividad urbana.
Estas acciones contradicen abiertamente la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, que en su artículo 36 establece que el diseño de infraestructura debe responder al uso real de las personas, priorizando a peatones y reconociendo el carácter urbano de las vías que cruzan espacios educativos, habitacionales y laborales. Atlixcáyotl ya no es una carretera: es una avenida vital que articula la vida cotidiana. Negarlo es ignorar el derecho a moverse con dignidad de miles de personas que diariamente se trasladan para activar la zona, trabajadores, amas de casa, estudiantes, vecinos, personas de la tercera edad que hacen que funcione la economía.
Asimismo, violenta los principios de la Norma Oficial Mexicana NOM-004-SEDATU, que establece parámetros para reducir siniestros viales e incentivar la movilidad activa mediante una distribución territorial más segura y equitativa.
También esta norma exige que las ciclovías estén ubicadas en el carril derecho de las vías para garantizar conectividad y seguridad. La ciclovía del Parque Lineal, ubicada en el centro de la vía y con accesos controlados que ahora funcionan como puentes antipetonales, representa una barrera más que una solución. No conecta, aísla. No facilita, obstaculiza.
La eliminación de cruces peatonales no son errores técnicos: son decisiones políticas que perpetúan un modelo fallido de ciudad centrada en el automóvil.
La remoción total de los semáforos nos remite al diseño vial obsoleto de los años 50 en Estados Unidos, cuando glorietas sin semáforos—como el caso emblemático de Columbus Circle en Nueva York—se presentaban como emblemas de modernidad. Con el tiempo, estos modelos fueron corregidos tras evidenciar aumentos de accidentes y caos vehicular. Hoy, se estudian como ejemplos de lo que no se debe replicar.
Y ese modelo está fallando aquí también. A pesar de las obras, los embotellamientos persisten, los arrancones ilegales se multiplican y la experiencia urbana se vuelve cada vez más riesgosa. Se invierte en infraestructura espectacular, pero se olvida que la movilidad no es velocidad: es justicia.
Mientras tanto, Francia y Holanda demuestran que otra ciudad es posible. En Ámsterdam, se ha comprobado que reducir el uso del automóvil mejora la salud, la seguridad vial y el tejido social. Francia ha implementado esquemas de movilidad intermodal, donde bicicleta, transporte público y servicios compartidos coexisten con eficiencia y dignidad.
La pregunta es urgente: ¿Por qué México sigue apostando por el auto como símbolo de progreso? Diseñar una vía sin cruces peatonales ni semáforos es diseñarla para excluir. Mantener una ciclovía como adorno, sin conectividad real, es negar el derecho a moverse sin contaminar.
El urbanismo no puede seguir siendo una concesión al coche. La ciudad debe pensarse desde el cuerpo que la habita. Porque cada cruce peatonal eliminado, es una oportunidad perdida de construir una ciudad más justa.








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